VISITA AL MUSEO DE LA CAL
EL CEPER “FEDERICO GARCÍA LORCA”VISITÓ EL MUSEO DE LA CAL
EL DÍA 3 DE MARZO DE 2011
EL DÍA 3 DE MARZO DE 2011
Cuentan las leyendas que los fenicios anduvieron ya por estos pagos de Morón de la Frontera en busca de plata. Y dicen también que esta plata iba a engrandecer el tesoro del Rey Salomón. Hasta el año 1700 antes de Jesucristo se han encontrado vestigios arqueológicos por estos pagos.
Sin embargo, los primeros datos arqueológico contrastados, coincidentes con la zona que hoy ocupa el casco urbano de Morón, pertenecen a Roma, que debió de tener una importante presencia por esta zona. Se encontraron esas huellas romanas en los alrededores del Castillo, cerca de la iglesia Mayor y en las proximidades de los cortijos, que son, sin duda un autentico lujo en el paisaje moronense y testimonio de las verdades historias de este pueblo: la fertilidad de sus tierras y el latifundio, enseñoreado en esta comarca hasta poco antes de comenzar el siglo XIX.
Pero no corramos tanto. Morón creció sin fuerza bajo la dominación musulmana. A esa época hay que agradecer la arrogancia de su fortificación militar, que luego se agigantó todavía más con la presencia cristiana. Desde estas murallas se fraguaron dos planes para derrocar al califa de Córdoba. Y tanta importancia llegó a tener bajo el moro que, desde 1018 a 1061, fue reino de Taifa.
Su riqueza agrícola era importante. Grandes viñedos y olivares se daban la mano con el trigo y otros cereales que el musulmán cosechaban con sobrada sabiduría.
Morón se convirtió en unas de las fortalezas militares más importantes de España y dio al mundo grandes hombres, como el celebre Abul Kattar (gobernador y califa de Córdoba), varios filósofos y el finísimo poeta Galib Ben Omeya.
Pero la prosperidad de aquella fortaleza mora tenía los días contados. El 22 de Julio de 1240, festividad de la Magdalena, Fernando III iba a engrandecer su reino con estás tierras y este castillo que a partir de entonces se iba a convertir en pieza clave de una guerra interminable. Morón cayó en la Banda Morisca de la Reconquista y vivió doscientos años en plena frontera con esa guerra, siempre en la parte cristiana. Su nombre, por tanto no puede estar más justificado: Morón de la Frontera.
Esa conquista y el hecho de hallarse en una frontera de un valor estratégico incuestionable, le dieron un nuevo impulso, ya que los reyes cristianos, para tenerlas muy pobladas daban a sus ciudades fronterizas claros privilegios fiscales. Sin impuestos y con una fuerte presencia militar, Morón aumenta su importancia económica, social y defensiva.
Pero tras la reconquista el dominio de está plaza corrió distintas suertes. Primero pasó a la ciudad de Sevilla que, al tenerla tan lejos y necesitar tantos gastos, la cedió a la corona hasta 1378, año en que fue donada a la Orden de Calatrava. Bajo esta Orden se vivieron tiempos de progreso y tranquilidad hasta el año 1461, en la que la administraron los Condes de Ureña, que posteriormente pasarían a ser Duques de Osuna.
Malos años siguieron a esta compra. Antes de producirse, la tierra estaba muy repartida; pero los de Osuna, nada más hacerse con la propiedad, incautaron 163 cortijos y dieron comienzo a una autentica guerra, con dos bandos muy definidos, que no acabarían sino hasta la supresión definitiva de los señoríos, en las Cortes de Cádiz.
Las tensiones entre los duques y sus aliados por un lado, y la pequeña nobleza local y los hacendados por otro, no cesaron durante casi tres siglos y medios, aliviándose a veces y encrespándose otras con agresiones, asesinatos y fechorías que tiñeron de tristeza toda esta larga época de Morón.
Tanta tensión se acumuló en la ciudad, que los duques se tuvieron que ir a vivir a Osuna, dejando aquí a sus representantes, aliados y alguaciles. De esta refriega nació el que es, quizá, el símbolo más conocido y popular de Morón: el Gallo.
Las tierras, siempre tan generosas en las cosechas, seguían sustentando la economía moronense. Sin embrago, según las crónicas, en los siglos XVI y XVII ya habían cobrado importancia la industria del mármol, que producía una variedad muy solicitada de la que quedan recuerdos en algunas iglesias y palacios de la ciudad y los pueblos de alrededor.
En el siglo XIX, nada más comenzar, se terminaron las viejas tensiones porque se acabó el dominio de la casa de Osuna sobre la población. Este dato importante, y la confluencia de otras circunstancias políticas y económicas, auparon las posibilidades de la zona, que vivió todo el siglo una gran pujanza que se tradujo en numerosos logros ciudadanos. Una de estas circunstancias es la que transforma la estructura de la propiedad agraria de Morón de latifundista a minifundista. Muchos de los grandes cortijos pasaron a convertirse en minifundios, a excepción de tres o cuatro grandes propiedades que se mantuvieron hasta hoy. La industria, por otro lado, pareció llegar al pueblo en aluvión. Los alambiques de las destilerías produjeron un buen aguardiente, cuyas últimas marcas llegaron hasta la mitad de este siglo. También fue un periodo próspero para las almazaras.
Pero sobre todo, este siglo fue quien dio a la industria de la cal su empuje definitivo. Si desde los árabes se explotaron las cales, en el XIX se dio un empuje fuerte a esta industria, que se convirtió en casi la más característica de Morón. La cal de Morón se pregonó desde entonces por toda Andalucía, y sus artesanos fueron aumentando hasta el punto de que dos poblados vivieron enteramente de este oficio: Las Caleras del Prado y La Caleras de la Sierra.
Decenas de pequeños hornos familiares fabricaban la cal y molturaban el yeso, que en 1864 vio facilitada su comercialización con la puesta en marcha del ferrocarril. Todavía en los años 20 se produjo un nuevo empuje económico en Morón, con la puesta en marcha de la fábrica de cementos: una industria altamente estratégica cuya importancia se comprueba si tenemos en cuenta que en aquellos años sólo funcionaban otras dos cementeras en España: una en Vascongadas y otra en Cataluña. 500 trabajadores llegó a tener la fábrica de Morón, cuyos hornos se apagaron hace una década. La Exposición del 29 supuso un gran progreso para la economía moronense, que aportó al acontecimiento incontables vagones de cementos, yeso, cal y ladrillos.
Otra industria característica de Morón es la del aderezo de la aceituna. Si sus aceitunas gordales se aderezaban ya a finales del siglo pasado, con la creación de los nuevos mercados internacionales, a mediados de este siglo, se convirtió en uno de los principales motores económicos de Morón. Durante los años cuarenta y cincuenta, esta industria ocupaba a un gran número de trabajadores y trabajadoras. Hoy, tras una profunda mecanización, el número de puestos de trabajo es menor, pero su importancia económica sigue siendo la misma.
La vieja importancia militar de Morón se va a ver renovada en este siglo, y de ella va a recibir un grandísimo impulso económico. En los años cuarenta se construye la Base Aérea Española, pero su inversión apenas significa nada, si la comparamos con la que se produce quince años después al crearse la Base Americana. Las obras de esta Base se alargaron desde 1953 hasta 1960, atrayendo a la ciudad a un gran número de trabajadores que posibilitaron un crecimiento demográfico sin precedentes que, luego, una vez concluido el proyecto, se vieron obligados en muchos casos a engrosar largas listas de la emigración andaluza de los años sesenta. Pero mientras duraron las obras, algunas familias amasaron grandes capitales y el pueblo adquirió verdaderamente carácter de ciudad, algo cosmopolita para aquellos tiempos en esta zona de Andalucía, que convivió alegremente con ciudadanos de un país democrático como Estados Unidos, con el contraste social que ello tenía en los sesenta. Cuando concluyó la Base, sin embargo, los americanos eligieron otros pueblos para vivir, principalmente Alcalá de Guadaíra y Sevilla, y los puestos de trabajo que Morón consiguió del proyecto se quedaron en el centenar de hombres que cubren los servicios internos de la instalación militar.
Como decimos, tras la construcción de la Base se produjo una fuerte crisis socio-laboral que desembocó en la emigración de muchos miles de moronenses. Después de los vaivenes de los años sesenta y ochenta, la demografía de Morón pareció asentarse en torno a los treinta mil habitantes, y su economía se amplió con algunas nuevas empresas que, junto con las tradicionales, refrescaron el panorama socio-laboral de la ciudad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario